marzo 19, 2012

Sueños que no cambian

Luego de despertar asfixiado, asfixiante, me quedé un rato quieto mirando el techo como aquella primera vez, quieto buscando no romper nada con mis codos, sin querer. Fue en ese momento que recibí ese golpe, colisión inesperada y me quejé pero además abrí los ojos del todo y dejé de escuchar las voces que no se callarían por horas. 
El sol que entraba por las hendijas cocinaba mis ideas, esas ideas que nacen crudas, viven crudas y a veces se incendian de golpe. Repasando las hojas y las horas, redescubrí qué era lo que de los sueños alimenta nuestro espíritu, y confirmé que es esa respiración, mi mano en tu espalda (si es que esa es tu espalda), o tu pecho o tu cabeza y tus cabellos, su perfume. 

Y que cuando en mi pecho hay una piedra de fuego por corazón, tu cuerpo fresco se acomoda entre mis brazos y se queda ahí, quieto, sereno, resignado (o no), latiendo y de nuevo respirando, cómodos, en silencio o con mis frases susurradas como una canción de cuna... en tus oídos, a tus oídos en línea directa con algo que sentís y no pensás... en el medio de todos los cambios, de todos los años y toda la vida... estos sueños que no cambian...

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