abril 01, 2012

Cosmogónica

De chicos teníamos una extraña fascinación por la oscuridad y las estrellas. Mirábamos entre las hendijas de las persianas el parque a oscuras donde bichitos de luz titilaban en un encantador juego de flashes. El silencio en la calle y en la casa nos obligaba a susurros, nuestro plan nunca debía ser descubierto antes de tiempo por nuestros padres.

El objetivo era tirarse en el pasto húmedo a ver el cielo de noche, las estrellas que aparecían a los ojos que se abrían cada vez más fascinados por la infinita e interminable cantidad de astros disponibles en el cosmos. Luego empezaríamos la cuenta de estrellas fugaces, competencia que involucraba más de una falsa aparición.
En puntas de pies, con una linterna pequeña salíamos del cuarto y cruzábamos el pasillo principal. Salir por la puerta delantera era un error porque el ruido alertaría a nuestros padres guardianes, durmientes. La puerta trasera era más silenciosa, pero el camino más largo: salir por el patio y rodear la casa por el pasillo lateral. Además, el perro delator. Para el siempre teníamos una golosina, perro contento, perro silencioso.

Llevábamos caramelos que guardábamos para estas noches cosmogónicas fraternales... y llevábamos unas lonas para no mojarnos con el rocío de la madrugada ni llenarnos de pastos que luego pican en las piernas y en los brazos...

Todo este proceso nos llevaba unos veinte minutos hasta que, por fin, nos echábamos cara arriba a mirar, contar y competir, caramelos mediante...

Casi siempre interrumpía la cuenta algún ruido sospechoso, misterioso y desconocido que provenía de la más profunda oscuridad. Esto provocaba que nos levantáramos repentinamente y saliéramos corriendo, entre ladridos del perro, arrastrando las lonas que quedaban tiradas en el medio del camino de vuelta y entráramos nuevamente por la puerta de atrás, la cual cerrábamos apresuradamente sin importarnos el ruido, llegábamos jadeando a la habitación y nos tapábamos hasta la cabeza...

Segundos después, nuestro padre entraba en la pieza y mientras nos apagaba la luz, nos preguntaba...

"¿Quién vió más estrellas fugaces?"

Nosotros pedíamos que dejara la luz prendida, aunque sea la del pasillo...

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