febrero 14, 2013

Un sueño postergado

Cuando la interminable noche se convirtió en la inevitable mañana mis ojos soportaban con esfuerzo los rayos de luz y mis pies pedían permiso, descalzos, sobre el parqué. La ventana es lo suficientemente grande para que todo entre por ella pero las paredes enfrente y el límite de lo que mis ojos pueden ver me impedían e impidieron siempre, ver lo que podría llegar a pasar. El ansia por prever estúpidamente.

Junté todas las fuerzas y apuré ese vaso de leche matinal, veraniego y mientras cargaba todas mis cosas (las que poseo y las que llevo adentro, también) hice un pacto con los días por venir... un pacto que estaba dispuesto a romper en cualquier momento.
Lo que nos une ésta vez no estaba surtiendo efecto y en vez de coincidir nos estábamos corriendo un poco, sin sabernos del todo, algo distinto.

Los rayos del sol curtían la piel enrojeciendo la mía en un punto que conozco en la tuya. Mi mirada en el horizonte y mis latidos en el punto de partida. Nada de todo esto podía salir de mi boca, el pacto estaba vigente y la serenidad de los demás comenzó a tomarme de la mano y a invitarme a despojarme. Cuando el camino es sereno las ideas se van cayendo por las ventanas y las vi en mi espejo retrovisor.

El lugar donde soñaría estos días mantenía su encanto. Todo lo que tenía que estar ahí estaba y lo que no , perfectamente. Una vez en el medio de la nada, la nada también fue el objetivo, la nada misma. Nada que pensar, nada en que ocupar la mente, la nada convirtiéndose en todo lo que había ido a buscar.
En contacto con todos los sentidos infinitas fueron las estrellas, fugaces o no. El silencio de la noche, el silencio que viene con un sonido diferente. El eco de los gritos y la brisa ínfima.

Entretanto la lluvia se preparaba. Al otro día no cabía duda de tu presencia, la lluvia estaba ahí y venía para acá. Solo unas pocas horas y desde la puerta en una silla vi todas las gotas del cielo convertirse en todo el barro del suelo... y un aroma especial llegó de golpe. Uno que ya conocía. Uno que encontré también cuando llegué de vuelta.

Al terminar este descanso y sin perder de vista los sueños que estaban sucediéndose en simultáneo, junte nuevamente todas mis cosas las que todavía poseía y las que no había dejado en este lugar. Y mientras volvía, a tiempo para encontrarme con el desencuentro para resolverlo, para vencerlo, para convertirlo en un sueño... una piedra en el camino me dejó fuera de carrera, esperando que el tiempo no corriera, que el sol no me derritiera y no volver a perderme un sueño.

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